jueves, 9 de mayo de 2013

Las noches del jueves eran pasionales.


Por Verónica Duran A.


Ultimo día de clases de la secundaria, entrega de papeles con falda príncipe de Gales…. Hay reunión de la Banda Utópica en el parque Gandhi, a lanzarse desde Tlalnepantla a Miguel Ángel de Quevedo dije a mi amigo Israel… bien lo vale, para el encuentro con los verdaderos semejantes y para conocer a Jaime, como irnos de pinta, no de la escuela, sino de la vida cotidiana y su realidad.

Las noches de jueves eran pasionales: la voz detrás del micrófono era tan profunda, tan clara que era capaz de desatar demonios y querubines en una vorágine de cánticos, versos y melodías que hablaban de un mundo donde por una hora todo era posible. El Rock and Roll fluía por unas venas cuya inocencia se teñía de sensaciones inexploradas… la justicia, la rebeldía, la necesidad de trascender, la belleza, la verdad cabían rodeadas de astros y flores.

Afuera, todo podía ser de lo más trivial o decepcionante, pero en ese espacio robado al tiempo todo era miel y cada palabra merecía la atención que provocaba una fiesta de los sentidos donde convivían lo mismo vivos que muertos para una comunión deliciosa.

Ahí, el Sol poseyó a la Luna en un eclipse que nunca volverá a ser el mismo, porque ocurrió justo en jueves y esa noche aún embelezada, escuché a la voz que parecía interpretar cada emoción… un erotismo mágico que volcó la Utopía en realidad, como si ambos astros en un voyeurismo fantástico formaran parte de la “Banda” para compartirnos sus secretos y tornarse en cómplices de la aventura.

Fue en una reunión sentada en el pasto –en el Parque Hundido- donde conocí a Ximena, quien me compartió de su alegría de amaranto y de su nostalgia de sueños… ahí cantamos al mundo salvaje como piedras rodantes bañados de sol urbano.

¿Que qué significó para mi Utopía? Identidad, pertenencia y solaz. Una resbaladilla de literatura y música directita a la posibilidad de ser tan sensible como libre.