Por Verónica Duran A.
Ultimo día de clases de la secundaria, entrega de
papeles con falda príncipe de Gales…. Hay reunión de la Banda Utópica en el
parque Gandhi, a lanzarse desde Tlalnepantla a Miguel Ángel de Quevedo dije a
mi amigo Israel… bien lo vale, para el encuentro con los verdaderos semejantes
y para conocer a Jaime, como irnos de pinta, no de la escuela, sino de la vida
cotidiana y su realidad.
Las noches de
jueves eran pasionales: la voz detrás del micrófono era tan profunda, tan clara
que era capaz de desatar demonios y querubines en una vorágine de cánticos,
versos y melodías que hablaban de un mundo donde por una hora todo era posible.
El Rock and Roll fluía por unas venas cuya inocencia se teñía de sensaciones
inexploradas… la justicia, la rebeldía, la necesidad de trascender, la belleza,
la verdad cabían rodeadas de astros y flores.
Afuera, todo
podía ser de lo más trivial o decepcionante, pero en ese espacio robado al
tiempo todo era miel y cada palabra merecía la atención que provocaba una
fiesta de los sentidos donde convivían lo mismo vivos que muertos para una
comunión deliciosa.
Ahí, el Sol
poseyó a la Luna en un eclipse que nunca volverá a ser el mismo, porque ocurrió
justo en jueves y esa noche aún embelezada, escuché a la voz que parecía
interpretar cada emoción… un erotismo mágico que volcó la Utopía en realidad,
como si ambos astros en un voyeurismo fantástico formaran parte de la “Banda”
para compartirnos sus secretos y tornarse en cómplices de la aventura.
Fue en una
reunión sentada en el pasto –en el Parque Hundido- donde conocí a Ximena, quien
me compartió de su alegría de amaranto y de su nostalgia de sueños… ahí
cantamos al mundo salvaje como piedras rodantes bañados de sol urbano.
¿Que qué
significó para mi Utopía? Identidad, pertenencia y solaz. Una resbaladilla de
literatura y música directita a la posibilidad de ser tan sensible como libre.