jueves, 23 de junio de 2011
Los 60's
Por Parménides García Saldaña.
¡ 69… Te nos vas y contigo esta década… Snif… snif… Mucha tristeza en el alma; mucha alegría al principio!.
1960
Inicia una nueva década. Yo le llego a los dulces dieciséis años. De volada, porque soy nacido en el mes de febrero. Acuario, chavas y tortitas. 59 fue el año de mis quince. Y digo: fueron lo máximo, mi traje blanco, quince damas y quince chambelanes. Papá habló rebonito de mí. Dijo que yo había llegado a la edad de ser señorito. Digo, preciosos, di-vi-nos mis quince. ¡ Fabulosamente fabs!. Bailé mi vals, baje las escaleritas acaracoladas de mi house entre compases de la marcha de Aída. ¡No se imaginan!. Había sido el año más feliz de mi vida. Papá y mamá me regalaron un viaje a Disneylandia. ¡Digo so-ña-do!.
Pero lleguemos a otro patìn de bolón tin tin … 69 (¡cómo me obsesiona este número, verdaderamente!”) está aún muy lejos, y la gente, all over the world, más todavía de imaginar lo que sería ésta década que termina este año, este mes.
Y como este texto va a ser sobre música, sobre rockliteratura, olvidemos cosas alrededor y vayamos –como quien dice o no dice o piensa o no piensa o no le importa – al meollo. ¿Meollo? Simón que sí te oí. N’ombre, sino ir directo al asunto que te incumbe. ¡Oh, má!.
El rocanrol (o como lo llamara el exbarbudo jefe de esta revista: EL GRAN RITMO), llegando el primer año de esta década, ya se había introducido en los tejidos, las células de los organismos de los adolescentes de entonces – y de algunos niños -. Todo nuestro aparato cerebral se aceleraba ya muy acá con el sonido de las guitarras eléctricas, la batería las voces de los cantantes de ambos sexos.
En 1960 (I was only sixteen if you know what I mean) era estudiante del segundo año de bachillerato o preparatoria (estudié en la prepa 4: lo escribo para que los actuales alumnos por favor vayan con el mandamás de la escuela y le propongan un busto mío por haber estudiado allí y ser el autor del libro menos vendido del año pasado; (pasto verde)), y mis poros se habían cerrado herméticos (muy esotéricos por cierto) para no dejar salir ningún sonido rocanrolero. Desde entonces fluyendo dentro de mi cuerpo las buenas vibraciones rocanroleras. Germán el del Klan, Jorge el bajazo que tocaba con el Bátiz, allí se hicieron como rocanroleros. Los sonidos rocanroleros entraban (boca, oídos, nariz, cuerpo) pero no salían: ¡ las buenas vibraciones del rock, mis locos!. Y estos sonidos rocanroleros ( when I was only sixteen I know you doncho know what I mean cause probably you doesn’t smoke the same cigarros like me; ‘cause I smoke Alas, and you?) cambiaban la composición bioquímica de mis células, de mi cerebro, del brute o güato o chorro de las celdillas de mi cerebro. En una palabra, o de mejor dicho varias palabras juntas: los sonidos rocanroleros atizaban de energía a mi cerebro. Y este resto de atizamiento de energía obviamente me condujo a ser un niño A-Tizapán. Que quiere decir: un chavo cuya vida giraba y giraba alrededor de la música; a fin de cuentas, señoras y señores, la droga maravillosa, terapéutica por excelencia de esta época o década.
¿Fabulosos 60’s? en fin, en cuanto a música, yes, yes.
En 1960, ¿quién preveía los festivales de música en los que en el aire vibró la concordia, el amor, la comunión?, ¿cuándo se le iba a uno o dos a imaginar que alrededor de la música tantos jóvenes se iban a reunir?, ¿quién se imaginaba que los hijos iban a imponer a los padres sus gustos, su música, su onda?. Es que ahora el mundo está del lado de los jóvenes y punto. Digo, de la música pop de los padres a la música pop de los hijos la diferencia es tajante: sordidez vs limpieza, cursilería vs sencillez, Manzanero vs Rolling Stones, engaño a la esposa vs fidelidad a la chava, mentira vs verdad, etcétera. Trillones y trillones de contradicciones entre el viejo bravo mundo y la decadencia. Un abismo entre no estar enajenado a las cosas, a la lambisconería, y estarlo. Entre poder decir lo que uno piensa y siente y condiciones y lo que uno piensa y siente a la comodidad o al compromiso, a la chicanería. To be or no to be, como dice César Costa.
1960: Predomina la onda fresa. Paul Anka (papá de César Costa), anota hit fresas, very strawberries, como Puppy Love, It’s Time To Cry. Elviro se acereza gacho; It’s Now or Never ( version agabachada de Torna Sorrento), pero aún tiene un buen patín con “Stuck on You”. La divinaza, maestra de maestras, Brendita Li nos cantó: “Sweet Nothings”. El gran jefe Ottis Redding pegó fuerte con “Chain Gang”. Esa pandilla de cadeneros que Jackie Wilson repopularizó.
Pero en coronel (quiero decir, general), son tiempos nada chiros. La delicada orquesta de Percy Faith (para niñas divis divis) nos enterneció el alma y el corazón con el Tema de un Lugar de Verano. ¡Wow! Connie Francisca estuvo presente para llegar a nuestros enamorados corazones. Y los padres de los pianos barrocos – Ferrante y Teicher -, nos deleitaron, nada menos, que con el Tema del Depto. En el rock hay algunas buenas ondas. Bueno, es el tiempo del twist asociado al nombre de Chubby Checker. El maestro Orbison de veras nos partió el corazón con Only the Lonely. Bobby Ridell nos enfresó con una canción profética: Volaré. Y los Everly Bros., en el taloneo con Cathy’s Clown.
Diagnóstico de 1960: la chava sigue fresa, mas fresa que ondera, de vez en cuando le pasa la música muy acá, pero son como ligeras reacciones. Será buena chica, se portará bien y ya se le pasarán los problemas propios de su edad. Señora, puede usted dormir en paz.
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